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fundamentación

​En toda sociedad democrática se reconoce unánimemente que las posibilidades de inclusión social, la capacidad de producción, la de ejercer una ciudadanía plena, la de concebir cambios, abordar emprendimientos e innovar, e incluso la seguridad pública dependen del éxito de la Educación. No obstante, este siglo XXI muestra un evidente declive de los indicadores de la Educación en todo el continente (y el mundo occidental), en una medida tan notoria y persistente, que hace pensar en el ocaso del modelo mismo. El incremento de la presencia informática en las prácticas educativas ha logrado el objetivo de democratizar el acceso a la información, pero no ha contribuido significativamente a mejorar la calidad y la eficacia de la educación en sí. Ni siquiera los incrementos presupuestales, que en muchos casos han duplicado la inversión social en educación durante las últimas décadas, parecen tener un impacto realmente decisivo en la mejora de los índices de abandono, rezago y aprendizaje del sistema formal. Más bien parece cundir un progresivo desinterés de sectores importantes de las generaciones más jóvenes, un descreimiento en sus posibilidades reales de promover la movilidad social, o simplemente un creciente aburrimiento en sus prácticas. Nadie duda de que se trate de una emergencia que compromete a la estructura misma de las sociedades latinoamericanas y la esperanza de las generaciones futuras.

 

​Sin embargo (y quizás por ello) desde los más altos ámbitos de decisión política hasta las más modestas instituciones rurales están hoy pensando, planificando y realizando alternativas de la más diversa índole. Un continente entero de pequeñas experiencias didácticas o pedagógicas, algunas veces innovadoras y exitosas en sus propósitos, convive a menudo en silencio con las grandes búsquedas nacionales de modelos y políticas que promuevan la universalidad y mejoren los índices de eficacia en los sistemas educativos formales. En algunos casos se exploran horizontes nuevos mediante la incorporación de tecnología, en otros se procuran nuevas articulaciones entre ámbitos y metodologías formales y no formales. Algunas son altamente sistematizadas y sostenidas en parámetros estadísticos, mientras que otras son producto de la iniciativa particular, la intuición o la búsqueda de satisfacción de necesidades locales específicas.



​¿Qué incorporar de cada una de esas experiencias? ¿Son capaces de aportar significativamente a la construcción de paradigmas educativos nuevos, más cercanos a lo que hoy esperamos de la acción educativa? En todos los casos, vale la pena convocar, escuchar y debatir sobre la experiencia concreta, los caminos posibles de la creatividad pedagógica.

 

El Campo de Trabajo se propone constituirse en espacio de visibilización de alternativas posibles, fundadas en experiencias concretas, que promuevan rutas de cambio a partir del aprendizaje mutuo y la articulación en redes.

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